Por Eduardo Camacho Rivera

Columna Trasfondos

El término es un tanto cínico en lo político, porque hablar de “corcholatas” es aceptar implícitamente que alguna de ellas o ellos será “destapada” en su momento, como en los gloriosos y autoritarios tiempos del priismo, cuando el ungido por su predecesor asumía triunfalmente la candidatura a la presidencia del país. Se les denominaba “tapados”, “delfines.
Lo tenemos muy claro: La actual contienda política nacional sigue centrada en Morena, ante la inoperancia, los desencuentros y la falta de reacción efectiva de una oposición que, para empezar, tiene años sin un líder verdaderamente hábil y carismático, con credibilidad y capacidad para superar el marasmo y la división que imperan en la coalición del PAN, PRI y PRD, a la que urge imprimirle vigor y mucha fortaleza.

En Morena, son ya más que conocidas las “corcholatas” –termino por cierto no acuñado en la era morenista, sino durante el sexenio setentero echeverrista-, y la carrera presidencial parece concentrarse en dos protagonistas: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, señalados como los favoritos en las incesantes encuestas y en el ánimo y sentir de ya saben quién.

Como muchas prácticas y aspectos del clásico y desaparecido priismo que reinó casi durante un siglo en México, el morenismo y sus complacientes aliados –PVEM y PT- han retomado la política de las masas, de los eventos a gran escala, de la entrega de despensas y toda suerte de maniobras para inducir y seducir el voto a su favor.

Y como, de nueva cuenta, la gran decisión recaerá en el gran jerarca político del país, ni Sheinbaum ni Ebrard están seguros de su suerte, porque las circunstancias podrían cambiar al grado de que otro de los “suspirantes” sea finalmente el elegido. En esa postura están, me parece, Ricardo Monreal, Adán Augusto López y Gerardo Fernández Noroña.

Varios aspirantes de la era priista que eran considerados como los indiscutibles ganadores al final de distintos sexenios, eran descartados a última hora, por presiones y negociaciones de diversa índole del presidente elector en turno, e incluso por caer de la gracia personal del gran elector en turno, por las causas menos esperadas y sospechadas.

Pero sólo que algo extraordinario y delicado suceda, la nominación morenista recaerá en Sheibaum o Ebrard, de acuerdo a la percepción social generalizada. Y hasta dónde se vislumbra, el panorama electoral le seguirá favoreciendo a Morena en las elecciones del 2 de junio de 2024.

Esto, a pesar de la descendiente popularidad del presidente AMLO, y de los cuestionamientos y altibajos que han tenido y seguirán teniendo las “corcholatas” del morenismo, hasta el 6 de septiembre de este 2023, cuándo se oficialice el esperado “destape” presidencial morenista.

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